Una reforma de cartón de piedra.
Cualquier reforma educativa es el reconocimiento implícito de un fracaso
o, mirado con buenos ojos, una reacción terapéutica ante desajustes importantes
o generalizados. Pero también es una gran oportunidad, con toda la dosis de
incertidumbre que tienen las oportunidades.
En cualquier
sitio, menos en España. Aquí nos permitimos el lujo de afrontar ciertas
oportunidades dejando su margen de incertidumbre reducido a nada. Es lo que
sucede con la reforma educativa (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, LOMCE) con la que el Gobierno está sacudiendo
el ecosistema educativo y social.
La reforma Wert está rodeada de cualquier cosa menos incertidumbre, en cuanto a sus posibilidades de éxito, así que deberíamos seguir a Feynman (algo sumamente recomendable en general) y reconocer que esa reforma no puede ser verdad o, por decirlo menos metafóricamente,
está condenada al fracaso. De hecho, ya es una reforma de cartón piedra que
debemos dar por fracasada un año antes de entrar en vigor.
Para llegar a esa conclusión no es necesario leer sus 68 páginas, en las
que inevitablemente hay puntos con los que estar de acuerdo no requiere
descomunales esfuerzos. Pero este comentario de hoy no se adentrará en su
contenido, analizado profusamente en los medios. La única excepción es la del
párrafo inaugural de la exposición de motivos, que de septiembre a diciembre se
metamorfoseó de modo desconcertante:
En
septiembre: “La educación es el motor que promueve la
competitividad de la economía y las cotas de prosperidad de un país; su nivel
educativo determina su capacidad de competir con éxito en la arena
internacional y afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el
nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a
puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el
crecimiento económico y por conseguir ventajas en el mercado global”.
En
diciembre: “Los alumnos son el centro y la razón de ser
de la educación. El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar
personas autónomas, criticas, con pensamiento propio. Todos los alumnos tienen
un sueño, todas las personas jóvenes tienen talento. Nuestras personas y sus
talentos son lo más valioso que tenemos como país”.
De la comparación de ambos párrafos nace la
pregunta ella solita. Si en tres meses hay un cambio de arranque tan brutal ¿en
qué estarán pensando los promotores de la ley, de verdad de la buena? ¿En lo de
comienzo de curso: economía, globalización, competitividad, vida laboral? ¿En
lo de Navidad: persona, talento, autonomía, creatividad?
Parecen
dos leyes distintas. Dos leyes de distinto partido. No hay
que ir muy allá para maliciarse que no es más que un maquillaje de corrección
política para reducir el flanco de exposición a la indignación y a las
numerosas críticas generadas en la comunidad educativa, ya suficientemente
castigada por la tijera gubernamental.
Pero volvamos al enfoque inicial. ¿Qué tiene
esta reforma que la convierta en un fracaso antes de estrenarse? Cinco majestuosas equivocaciones
de manual y a las
que ya somos aficionados en España: objetivo desenfocado, rechazo docente,
pésima explicación social, desconsideración territorial y falta de consenso
político. Solo con estos cinco lastres, daría igual que su contenido fuera
plausible, nefasto o mediopensionista. Ya es un fracaso.
Esos
errores se deben al incumplimiento de los cinco principios que ningún político
debería perder de vista antes de embarcarse en la extraordinaria tarea de
llevar adelante una reforma educativa. Wert ha
sido ingenuo o arrogante, o una refinada combinación de ambas cosas, al desatender estos prerrequisitos para el éxito de las reformas educativas:
1.Que
tengan como objetivo esencial, real y creíble, la mejor educación de los estudiantes.
2.Que
cuenten con un buen nivel de apoyo a los profesores.
3.Que
sean bien explicadas a las familias y a la sociedad en su conjunto.
4.Que
sean corresponsabilidas de todos los Gobiernos.
5.Que
sean estables en el tiempo.
Por todo lo anterior, que imagino que Wert conoce a la perfección, está
cantado que la salida del Gobierno supondrá sin duda el fin de la LOMCE. Y
después vendrá la octava reforma de la democracia. A este paso superaremos en reformas
educativas al Real Madrid en Copas de Europa. Lo único que queda por concretar es
cuándo. Mientras, estudiantes, profesores y padres siguen esperando una reforma
de consenso, bien trabajada previamente y enfocada a la educación.
Sentados, eso sí.

http://blogs.elpais.com/ayuda-al-estudiante/2013/02/una-reforma-de-carton-piedra.html
¿Esto lo has escrito?
ResponderEliminar¡Hola Isa! Mi compañera en este caso ha copiado la noticia del periódico El Pais quitando algunos datos de la publicación. Lo podrás comprobar metiendote en la direccion que aparece al terminar la noticia. Esperamos ver más comentarios en otras de nuestras entradas. Tambien nos puedes seguir @creandoeducacin
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